Desmiénteme, RMCF

«Desmiénteme, RMCF» por David Gistau

RMCF

Hace tres años que planeo excursiones europeas para el mes de mayo que luego no puedo hacer. El Real Madrid me está acostumbrando a los viajes mentales, imaginarios, como los que hacía el personaje de Johnny Cash encerrado en la prisión de Folsom cuando veía pasar el tren. Para la final de Múnich, a la que se iba a incorporar mi mujer —excepcionalmente: el fútbol es para vivirlo con amigos— tenía diseñados cuatro días deliciosos que arrancaban en Venecia y pasaban por Salzburgo antes de entrar en Baviera. Mi mujer todavía no le ha perdonado a Sergio Ramos el penalti que por primera vez en su vida le causó una frustración relacionada con el fútbol: perderse Venecia. De este modo le ha dolido a ella el Real Madrid, con quien ya tiene contraída una deuda histórica: hay muchos caminos para llegar a la ansiedad de Décima.

Antes del sorteo, me sorprendí pensando en visitar la casa de Pizarro en Trujillo durante una escala hacia Lisboa. Aborté inmediatamente el pensamiento, lo estrangulé, porque prefiero el parapeto psicológico del derrotismo, aunque no sea tan elegante como el del cinismo para la vida en sociedad. Y esto, antes del sorteo. Después estuve tentado de clavar tablas de madera en las ventanas. Con esta cuarta semifinal consecutiva ya alcancé la sabiduría que Johnson aconsejaba para los segundos matrimonios: que la experiencia triunfe sobre la esperanza. Espero no contagiar a nadie, pero de esta eliminación ya tengo el recuerdo, como Vallejo de su muerte en París con aguacero. Ningún madridista de la generación de la Quinta puede extirparse del recuerdo los vapuleos en Múnich, tan parecidos al ensayo general de Noche Triste que tuvo lugar en Dortmund —tremendo apagón espiritual de este equipo que suplica medio huevo del Atleti— durante la segunda etapa de duelos graduales contra alemanes cada vez más grandes: después de Schalke, Borussia y Bayern, ¿los nibelungos? ¿Qué les queda por sacar? Es una progresión en la dificultad como la de un vídeojuego. Y en el país de los traumitas madridistas. Esta Champions del Madrí merece una final contra Mourinho, un partido último que sea como el duelo a espada contra la Némesis con el que concluyen las películas de intriga y acción. Ganar la Décima y sacarse de dentro los fantasmas, todos ellos, para que el Real Madrid entre en el verano pudiendo decir lo mismo que Narvaéz cuando en su lecho de muerte le pidieron que para aliviar el alma perdonara a sus enemigos: «No puedo. No me quedan. Los he fusilado a todos». Pero no debería fantasear con estas cosas. Se supone que, en esta semi, voy de derrotista, y que Lisboa ingresará en la lista de viajes que me debe el Real Madrid.

Para completar la conjunción de hechos mitológicos, resulta que al Bayern lo entrena Pep Guardiola, a quien ya se han encomendado los culés para vivir por delegación las semifinales de las que los ha sacado el Atleti: tan patético como creer que una victoria de Mou lo es del madridismo. Para el Real Madrid, una alianza de Guardiola y Bayern es un Eje del Mal, como si Foreman y Frazier se juntan para pegar al mismo tiempo a Alí. Si sumamos los de Guardiola y los del Bayern, resulta que el Real Madrid va a enfrentarse a un 85% de sus hitos negativos de los últimos años. Todos los superpoderes del reverso tenebroso, desde las posesiones largas hasta el empaque físico, fusionados en un solo equipo que avanza hacia Madrid como hacia las Termópilas. «Caminante, ve y di a los madridistas que sus hijos yacen aquí por haber obedecido su ley». El derrotismo, que me pone lírico en el recuerdo de todas las piras funerarias ante las cuales la lectura me conmovió.

El Chiado en primavera. Qué pena. No sé si empezar a usar los conciertos de rock como pretexto para viajar, porque con la Décima no se ve mundo. Desmiénteme, Real Madrid.

Publicado el 14 de abril 2014, por David Gistau

http://www.abc.es

Deja un comentario